Compartimos la entrevista realizada al escritor Lorenzo Silva y publicada en nuestra Revista BIBLIODIVERSIDAD nº 75.
Entrevista a Lorenzo Silva, Premio Antonio de Sancha 2023
“Un editor que siente realmente su oficio lo que quiere es encontrar un gran libro de un gran autor y pelear por él y conseguir lo máximo posible para ese libro y para ese autor.”
El pasado 26 de octubre se dio a conocer el fallo del Premio Antonio de Sancha 2023, que los editores de Madrid han concedido a Lorenzo Silva. Autor de los premiados El alquimista impaciente, La flaqueza del bolchevique y La marca del meridiano, es un referente de la literatura contemporánea y del género policiaco, y su obra se ha traducido a catorce idiomas.
Este año has recibido el Premio Antonio de Sancha de los editores de Madrid en reconocimiento a tu trayectoria. Más de cuatro décadas dedicadas a la escritura con más de 80 títulos publicados. ¿Cómo describirías el oficio de escritor?
Un oficio es tu manera de aportar a la sociedad en la que vives y, a través de la literatura he tenido la intuición de que podía aportar algo, no sé si mucho o poco, pero he tenido esa convicción. Ahora, después de tanto tiempo es difícil concebir tu existencia desvinculada de lo que haces. Para mí más que un hacer es una forma de estar que, prolongada durante 40 años, acaba constituyendo lo que eres, no solo en términos profesionales sino en metafísicos.
La escritura en el fondo es una mezcla de observación, escucha, interpretación y tentativa de expresión personal dirigida a los demás de lo que has sacado en limpio de esa observación, de esa escucha y la reflexión sobre lo que observaste y escuchaste.
Una de las razones por las que escribo es para aprender. De las personas a las que escucho, de los lugares donde no he estado, de experiencias que no he tenido, momentos de los que no he podido participar, dilemas morales, personales o existenciales que yo no he tenido… Son un viaje de conocimiento personal que luego intento compartir con los lectores en la medida en que soy capaz.
Bevilacqua y Chamorro han cumplido 25 años y en este tiempo el género policíaco ha ganado adeptos, vive uno de sus momentos más dulces y se ha sacudido la etiqueta de género menor…
Con la primera novela de Bevilacqua tuve la sensación de que la novela negra era un género “paria”. Todos los editores la rechazaron y alguno me dijo que la novela negra en España no tenía potencial y que tampoco era muy respetada por la crítica, menos aún una ambientada en la realidad española tal y como yo había elegido. No era un diagnóstico caprichoso, pero a principios del siglo todo cambió con el boom de los autores nórdicos, que alcanzaron cifras de ventas que dejaron estupefactos a los editores, porque un género en el que no confiaban conseguía pulverizar todos los récords. Eso estimuló a más autores y se ha generado un círculo que se retroalimenta hasta el momento actual.
Yo no me puedo quejar, porque tres años después esa novela rechazada se publicó, con buenas cifras de ventas y buenas críticas, con el premio el Ojo Crítico, y dos años después con otra novela policiaca estaba ganando el Premio Nadal… Pero curiosamente cuando se produjo el boom de la novela negra yo estaba en otras cosas, escribiendo un libro sobre la guerra de Irak, y tomé distancia a propósito para mantener mi reducto personal, mi mirada, que construí hace ya 25 años, una mirada desde la realidad española contemporánea que se fija en las motivaciones humanas, más que en otro tipo de elementos.
La edición madrileña destaca precisamente por su bibliodiversidad. ¿Cuál es tu “dieta literaria” como lector?
Tengo una dieta omnívora y por tanto un poco caótica. Desde pequeño me leo hasta los billetes de autobús y los prospectos del Gelocatil. Me gusta leer narrativa contemporánea. La novela es el artefacto literario más complejo y difuso; no solo te cuenta la historia, sino te sumerge en un mundo que proyecta una mirada con una dimensión poética y que también tiene una dimensión filosófica. Y todo eso cabe en la narrativa. Por eso, si quieres escribir novela no puedes dejar de leer historia poesía, filosofía y ensayo.
Por otra parte, en los últimos años he hecho un esfuerzo más sistemático por releer a los clásicos cercanos, desde Cervantes a Dumas o Galdós, Kafka o Chandler, y por leer de nuevo a los griegos. Todo está en lo griegos. Lees a Jenofonte, a Eurípides, a Sófocles y todo está ahí, contado en profundidad. Es también una manera de combatir una inercia superficial que a veces tiene nuestra contemporaneidad y de salir de un cierto adanismo, porque tenemos más cacharritos que nunca y creemos que lo hemos inventado todo, pero las cosas profundas de la condición humana no son muy diferentes de como las cuenta Plutarco.
¿Fomentamos suficientemente la lectura bibliodiversa en el ámbito educativo?
Pues depende del profesor, lo que es una mala noticia, porque cuando un sistema depende de los esfuerzos individuales significa que no está bien afinado. La creación de lectores no es solo la enseñanza de lengua en las aulas. Es, por ejemplo, que los centros escolares tengan una buena biblioteca escolar y no un espacio sin presupuesto, es que haya una red de bibliotecas mejor que la que tenemos, con más fondos, más activa, y que sea un lugar donde haya más gente. Yo vivo en una ciudad media, de 200.000 habitantes, y hay muchos más niños pegando patadas a un balón en los 14 campos de fútbol que leyendo en las tres o cuatro bibliotecas, y es así porque se incentivan más esos campos de futbol con el dinero público, mientras que la lectura se queda en declaraciones para el día del libro. Hay una falta de fe verdadera en los que dirigen nuestra sociedad y que transmiten a nuestros jóvenes, que son muy listos y perciben muy bien lo que importa y lo que no importa.
Durante años has sido también editor. ¿Cuál fue tu mayor descubrimiento en esta experiencia?
Fue una aventura compartida en la que el peso lo llevaba mi socia, pero hice de todo, desde editar y revisar maquetas a distribuir, negociar o pelearme con los libreros… Te das cuenta de que es un oficio que a veces desde fuera se juzga, sobre todo por parte de los autores, con cierta injusticia y falta de comprensión profunda. Un editor que siente realmente su oficio lo que quiere es encontrar un gran libro de un gran autor y pelear por él y conseguir lo máximo posible para ese libro y para ese autor. Y si ese autor es desconocido y ese libro no lo ha leído nadie, con mayor motivo. Luego viene la vida y también hay que publicar otras cosas en las que quizás no está esta dimensión romántica, pero eso es lo que un editor quiere hacer.
En este sentido, el trabajo del editor me parece uno de los más enriquecedores y gratificantes, sobre todo cuando ese talento que has creído identificar, que has puesto sobre la mesa y has salido a defender a la plaza del mercado, alguien más lo reconoce. Eso a mí me ha recompensado más que las buenas críticas que he tenido de mis propios libros.
Has dicho que el papel del editor es ahora más importante que hace 50 años…
Claro, hay tal acumulación de propuestas, muchas veces sin jerarquizar en función del talento -y nunca diré se publican muchos libros en España-, pero es tal la sobrecarga que es importante que los lectores dispongan de un “ojeador de confianza” para no verse abrumados por los miles de títulos. El buen editor es el que sabe proponerle al lector, el que le dice “yo publico esto y te invito a que lo leas porque creo realmente que es un buen libro y además conozco mi oficio y tengo razones para ganarme tu confianza como lector”.
Los editores de Madrid han reconocido “tu compromiso con la defensa de los derechos de autores y editores en nuestro país y fuera de nuestras fronteras”.
Puedo dar dos razones fundamentales para defenderlos. Me voy a saltar las razones de decoro, de decencia y de justicia, que tienen que ver con reconocer con una mínima gratitud a quien está aportando algo valioso, que es la más elemental de las virtudes humanas, y me voy a centrar en dos cuestiones cruciales.
La primera es que, si no retribuimos, si no reconocemos el valor de la creación, lo que estamos haciendo es devaluar la creación artística, que requiere talento y excelencia, a la categoría de baratija. Convertimos en baratija el mayor patrimonio de la sociedad. Un patrimonio que, además, lo crean unas personas para regalarlo porque desde el minuto uno la publicación de un libro se convierte en un dominio público valioso, porque se puede utilizar en la educación, existe el derecho de cita, va a las bibliotecas públicas… es decir, desde el minuto uno el creador está engrosando el dominio público y el patrimonio de su país. Qué cosa más estúpida es desvalorizar eso.
El segundo argumento para mí también es muy importante: si el escritor no es retribuido dignamente por sus lectores, ¿qué salida le queda? ¿Convertirse en siervo, bufón, sicario, propagandista o lacayo del poder? ¿Eso es lo que queremos, creadores obligados a pedir limosna y a escribir, componer o pintar lo que los poderosos quieran? ¿O queremos tener a alguien que sea independiente y que tenga la posibilidad -otorgada por las personas cuyas vidas enriquece con su trabajo- de decir libremente lo que tenga que decir incluso aunque no le convenga al que manda?
Terminemos con tres razones por las que leer…
La primera: yo no creo que leer te haga necesariamente mejor persona, pero sí creo que una sociedad en la que hay más lectores hay menos maldad, menos crueldad, menos insensibilidad y más conciencia, porque buena parte de la maldad viene de la inconsciencia.
La segunda es que la lectura es un amplificador descomunal de la experiencia humana. La experiencia humana directa es limitada, circunscrita a nuestra vida, pero a través de la lectura puedes extender tu experiencia a épocas que no has conocido, lugares que nunca pisarás y estados de conciencia que nunca alcanzarás directamente. Es un amplificador de la experiencia humana incomparable y con el que la narración audiovisual no puede competir porque no moviliza la mente por completo, como hace la lectura.
Y la tercera, tengo una hija de 10 años y leemos mucho con ella desde que tenía 5 años, y te das cuenta de que la lectura te proporciona herramientas para el pensamiento. La lectura te proporciona herramientas para la expresión y el pensamiento se construye con palabras. La capacidad de estructurar ideas propias respecto a la realidad deriva de tu capacidad verbal. Es así de crudo. Las personas que solo tienen 800 palabras en la mochila pueden hacer un análisis que puede ser muy sabio e intuitivo, pero están en desventaja a la hora de elaborar un pensamiento sobre una cuestión compleja o a la hora de afrontar un aprendizaje.
Puedes ver aquí el acto de entrega del Premio Antonio de Sancha, que tuvo lugar el pasado 12 de diciembre.